miércoles, 18 de diciembre de 2013

Mecánica 74`

El tramontina aferra sus dientes al ombligo haciendo una grieta sobre su piel cubierta de poros, naturalmente cálida, el índice derecho presiona desde el lomo de ese cuchillo, acompañando siempre por un pulgar que se ocupa de marcar el movimiento, de llevar el trazo parejo sin perder el tiempo ni las formas.
La mano izquierda, la siempre olvidada, la que vive en un eterno y aburrido segundo plano, la que nunca se tiene en cuenta, esa a la que todo le cuesta el doble por que el humano así lo estipulo naturaleza, es indispensable para hacer que gire sobre sobre su eje, para que el pulgar derecho no se sienta solo,como remando en dulce de leche, y para que no pierda la fuerza. La mano izquierda esta ahí aportando cada uno de sus dedos, ella hace que el cuchillo recorra esa silueta de derecha a izquierda, de norte a sur, como en una milonga acariciando su cintura.
La mirada fija, penetrándola, perforandola, para desnudarla por completo, los labios húmedos, se relamen por que ya conocen el fin de la historia, porque saben que una vez que el cuchillo desgarre por completo su gruesa piel, una vez que quede desnuda y desprotegida, justo ahí, después de que el cuchillo quite sus puntiagudos dientes que tan hondo cavaron la herida, después de que este quede inmóvil, con gotas recorriéndole su perfil de acero inoxidable, ese acero que refleja un par de ojos color capuccino, llorosos por la brisa que corre desde el patio de invierno hasta el comedor, justo ahí, cuando el mantel con margaritas blancas y amarillas empiece a ser mojado por las gotas, finitas como las del roció, que se van escurriendo una a una.
Sera ese el momento preciso para clavarle los dedos, hasta lo mas profundo, con cada falange, sujetar con ambas manos, cubriendo por completo la circunferencia y tirar con la suficiente fuerza para abrir la herida de par en par, hasta descuartizarla en pedazos iguales, y desgarrar uno a uno los gajos que van quedando.

Solo resta, acomodar prolijamente, casi tan perfecto como si de una obra de arte se tratase, sobre la porcelana fría, algo pálida, los trozos que fueron desvaneciéndose del cuerpo.

Disfrutar, llevando cada pedazo a la boca y saboreándolos con todo el paladar, secarse las comisuras, que para esta altura, estarán empapadas por el propio jugo. Continuar bocado tras bocado hasta que la nada misma vuelva a verse reflejada sobre el fondo de la fría y pálida porcelana que algún artesano convirtió en plato. Quedarán rastros de piel, quedarán charcos de jugo y semillas de una naranja que ya no esta. Y a mi me quedará el recuerdo tuyo y la sensación de que estás conmigo, como con cada naranja que ya comí y con cada una que estoy por comer.
Como cuando preparo soda en el viejo sifón drago, como cuando veo pasar tren,
allí también te recordare.

No hay comentarios:

Publicar un comentario